Habían pasado dos horas desde que terminó la función. La avenida Corrientes, la que nunca duerme, comenzaba a vaciarse de transeúntes, pero yo seguía ahí, esperando que saliera Mariano Mores, deseaba tener una foto, un autógrafo o, simplemente, besarle las manos, esas que interpretan, de forma magistral, las partituras en el piano, dueño de las obras de música popular de Buenos Aires más importantes.
Crecí escuchando orquestas de tango como la de Juan D Arienzo, Osvaldo Pugliese pero, sobre todo, a Mariano Mores.
En dos semanas era mi examen final y habría preparado la materia con minuciosa responsabilidad. Estaba terminando el año 1998 y después de seis duros años de carrera tenía que rendir la última materia para recibirme de Licenciada en Periodismo; para distraerme decidí ir a ver el concierto del maestro Mores, ninguna de mis amigas quiso acompañarme pero eso no impidió que yo fuese a verlo. A la una de la madrugada había visto salir del teatro a los bailarines y gran parte de su orquesta pero aún quedaban algunas personas, entre ellos mi ídolo.
Ese día me había levantado muy temprano para estudiar, era importante para mí recibirme y, un año atrás, había tomado la decisión de dejar mi trabajo en la boleteria del Teatro Colón para dedicarme a preparar la difícil asignatura de "Periodismo Económico y Político".
El empleado de seguridad del teatro me miraba con recelo pero, ante mi insistencia, dejó que me quedase en el hall. Aunque me faltaba una materia yo me sentía periodista, albergaba la esperanza de que el maestro me concediera cinco minutos para preguntarle acerca de su carrera. Él había visto a los personajes más importantes de la primera mitad del Siglo XX, que tanto me hubiese gustado conocer. Fue parte de la época del esplendor cultural de Buenos Aires.
Me senté en la escalera del Teatro Gran Rex a esperar. Se oían algunas voces y el empleado que me vigilaba se había retirado al interior de la boleteria, estaba de espalda junto a otras personas y yo, poco a poco, fui subiendo los escalones sentada hasta que quedé fuera del alcance de la vista de las personas de seguridad, me paré y corrí escaleras arriba hasta llegar al pasillo del segundo piso que comunica con los palcos, hacia el final del corredor vi una luz tenue y me acerqué silenciosamente, al llegar a la puerta que estaba entre abierta divisé las figuras de dos hombres, una era Mariano Mores y el otro, su nieto Gabriel. Se asustaron al verme y yo también.
-Perdón, les dije de inmediato. Gabriel se levantó y fue a mi encuentro como pidiéndome explicaciones pero solo atiné a excusarme por haberlos asustado.
-Pasá, pasá, dijo Mariano.
Yo no podía creerlo, estaba junto a Mores y las palabras se me habían perdido, no sabía qué decirle, si agradecerle o si seguir pidiendo disculpas.
-Estaba esperando abajo y escuché voces.
-Pero sos joven para que te guste el tango. Él se sorprendió porque yo escuchaba tangos desde que nací. Mores me dijo que podía sentarme mientras firmaba una hoja de mi agenda.
-La primera vez que lo ví, maestro, fue en "Buenos noches, Buenos Aires". Esa obra mi mamá la había visto en el teatro junto a mi abuela porque ellas amaban a Hugo del Carril y después se hizo la película que, dos décadas más tarde, yo descubrí porque la pasaban una y otra vez por el canal nueve los sábados a la tarde. Mores se rió por mi comentario.
-Pobrecita, te castigan haciéndote escuchar mi música.
-No, por favor, dije de inmediato.
-¿Cómo te llamás?
-Karina Almada.
-Voy a dedicarte esta foto por ser mi admiradora más joven. Mores se acomodó en la butaca de uno de los palcos donde estaba sentado y tomó un sorbo de sopa de una taza que tenía apoyada en la mesita improvisada con un banco alto.
-Me hubiese encantado nacer en la primera mitad del Siglo para conocer a los artistas más destacados de esa época.
-¿A quién te hubiese gustado conocer?
-A Julio Sosa, a Borges, a Saint-Exupery.
Él me miró por el rabillo del ojo mientras firmaba su foto, se había producido un silencio, yo no sabía si ese comentario había sido inapropiado pero, después de unos minutos y otro sorbo de sopa, el maestro miró hacia arriba y me dijo:
-¿Sabés que Saint-Exupery amaba el tango? Era un dato que yo desconocía acerca del autor de "El Principito". Conocía algunas excentricidades del Conde Francés, como el cachorro de foca que dejaba en la bañadera con agua y mucho hielo y, también, que había conocido, en su estadía en Buenos Aires, a la salvadoreña María Consuelo Suncín, de quien se enamoró a penas la conoció.
-Al principio no le caímos bien los porteños pero la noche de Buenos Aires le fascinaba.
Mores se dio cuenta de que yo lo escuchaba muy atenta y soltó la lengua, una cualidad que los periodistas o quienes estamos a punto de serlo, adoramos.
Al escritor francés, dijo el compositor de tango, si no se lo encontraba en el "Armenonville" estaba en el "Tabarís", dos de los cabarets más lujosos de la ciudad.
-A mí me gustaba más el Tabarís.
-¿Sí? ¿Por qué?, quise saber.
-Y porque ahí estuvieron Federico García Lorca, Orson Welles, el Príncipe de Gales y hasta el mismísimo Maraha de Kapurtala.
No pude contener mi ansiedad y repregunté por Julio Sosa, "el varón del tango".
-Un gran hombre, lástima que murió tan joven. Su mirada se perdió en el recuerdo, parecía buscar algo en su mente y de repente volvió a hablar:
-En "Buenas noches, Buenos Aires" quedó grabada la última imagen suya. Los recuerdos volvieron a su mente y un ruido pareció retumbar en todo el teatro. Había pasado ¿Cuánto tiempo había pasado? Me había entretenido hablando y perdí la noción del tiempo. De nuevo el ruido, eran los interruptores de los potentes focos de luz del teatro. Todo era confusión, las luces, el ruido, voces que se fundían con el aire fresco que provenía de algún sitio. Una mano se acercó a mi cara y me sobresalté. De pronto y, en el medio de la confusión, estaba sentada otra vez en la escalera de entrada.
-Tenemos que cerrar, dijo el empleado.
-¿Qué? Pero...yo estaba con Mariano Mores. El hombre me miró desconcertado.
-El maestro ya se retiró del teatro por el estacionamiento. Yo me sentía aturdida ¿todo había sido un sueño? El hombre me miraba fijamente y con su mano me indicó la salida, me incorporé, aunque aún estaba mareada y confundida. Al levantarme cayó al piso, junto a mi agenda, una foto de Mariano Mores autografiada para mí.