El tiempo es ese aliado silencioso que nos acompaña desde el primer aliento hasta el último. No podemos detenerlo. A veces tratamos de atraparlo o desafiarlo, sobre todo cuando en la etapa de la juventud parece prometernos una felicidad que en otra fuera inalcanzable. Pero, ¿es realmente así? ¿Estamos condenados a sentir que la plenitud se esfuma cuando dejamos de ser jóvenes?
A medida que avanzamos por los distintos momentos de la vida,
descubrimos una verdad más profunda: la felicidad no está reservada para un
tiempo específico, ni se escapa entre los dedos cuando dejamos atrás la
juventud.
Cada etapa de la vida tiene su propia belleza. De niños,
vivimos con los ojos bien abiertos, llenos de curiosidad por todo lo que nos
rodea. De jóvenes, tenemos la energía y la pasión para explorar el mundo, para
enfrentarnos a retos, para soñar en grande. Sin embargo, con el tiempo,
descubrimos que la vida no se trata solo de alcanzar metas sino de aprender en
el camino hacia ellas: Lo
importante no es la llegada, sino el viaje.
¿Cuántas veces hemos sentido esa presión por “tenerlo todo” antes de cierta edad? Como si hubiera una línea imaginaria que separa el éxito del fracaso, la felicidad del vacío. Pero la vida no funciona de esa manera. Cada persona tiene su propio ritmo y lo que verdaderamente importa es lo que aprendemos mientras avanzamos, no la velocidad con la que lo hacemos.
“La capacidad de
soportar la incertidumbre es clave para la madurez”.
Es en esa duda, en ese no saberlo todo donde reside gran
parte de nuestro crecimiento. Con el paso del tiempo aprendemos que está bien
no tener todas las respuestas, que la incertidumbre es parte de la vida y que
el aprendizaje no se detiene nunca. De hecho, es en los momentos de mayor duda
y desafío donde solemos descubrir nuestras mayores fortalezas.
Y es precisamente en la madurez, en la aceptación de la
incertidumbre y del cambio, donde encontramos una felicidad más serena, más
profunda. Ya no se trata de la euforia de lo nuevo, sino de la paz que trae el
haber recorrido un buen camino y entender que todo tiene su tiempo.
La juventud es maravillosa, pero la adultez y la adultez mayor también nos regalan la oportunidad de ser testigos de cómo nuestras decisiones han moldeado nuestra vida, de disfrutar el presente sin las prisas que a veces nos marcan en los primeros años.
Cada etapa
nos ofrece algo único, algo que solo podemos comprender plenamente cuando dejamos de
resistirnos al paso del tiempo y lo abrazamos como parte de la experiencia
humana. La juventud tiene su belleza, pero también lo tiene la madurez, con la
sabiduría acumulada de los años y la adultez con la serenidad de haber vivido
con plenitud.
La vida son dos respiraciones: Inhalamos cuando nacemos y exhalamos cuando morimos, todo lo que sucede en el medio es lo que nos define, lo que nos enseña a valorar lo que realmente importa. No se trata de cuánto duró la inhalación o lo profundo que fue el último suspiro, sino de cómo hemos vivido en ese tiempo entre ambas respiraciones.
Gracias por leerme. Soy Karina Almada, corresponsal de la vida desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.
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Hasta la próxima.
KA