Durante
décadas fuimos testigos de avances tecnológicos, que nos sorprendieron, que resistimos por miedo al cambio y luego entendimos que nos facilitaban la vida.
Cuando apareció la
primera computadora, más veloz que cualquier humano, la miramos de reojo pero
no hubo temor. Nos asombramos, es verdad, pero supimos que era una herramienta
para acelerar nuestros cálculos y no para reemplazarnos. Lo mismo pasó con la
llegada de un tractor o una grúa, máquinas más fuertes que cualquiera de
nosotros, pero no fue vista como una amenaza de extinción sino como una forma
de potenciar nuestro trabajo físico. Pero hoy, con el avance de la inteligencia
artificial, la sensación es diferente. Nos encontramos ante una tecnología que
no solo es más rápida o más fuerte, sino que parece ser, al menos en
apariencia, más inteligente.
Y ahora sí, surgen
las dudas, los mitos y los prejuicios ¿Qué hacemos cuando una máquina puede
"pensar"? ¿Qué lugar nos queda en un mundo donde la inteligencia artificial
puede escribir, analizar e incluso tomar decisiones? ¿Estamos en peligro de perder
lo que nos hace humanos?
Es importante que
entendamos algo fundamental: la inteligencia artificial no es
nuestra enemiga ni vino para reemplazarnos. Su verdadero valor radica en su
capacidad para complementarnos, para aliviar las tareas que nos agotan y
dejarnos espacio para lo que realmente importa: la creatividad, la empatía, el
ingenio, la curiosidad, la capacidad de escuchar al otro (aunque llevamos años
sin escucharnos unos a otros), esas cualidades que son tan humanas.
El avance
tecnológico siempre trajo controversias, resistencia al cambio, pero en este
caso que genera ideas apocalípticas, hay un riesgo que no debemos subestimar: el
de olvidar usar nuestra propia inteligencia.
Si dejamos que la
IA piense por nosotros en todo momento, corremos el peligro de atrofiar
nuestras capacidades. Automatizar lo repetitivo puede ser beneficioso pero no
automaticemos lo esencial: nuestra capacidad de reflexión, de aprender, de
crear. Es como dejar de usar los músculos; con el tiempo, se atrofian.
En 1950, Isaac
Asimov escribió “I, Robot” (“Yo, Robot) un libro que nos lleva a un futuro
donde los humanos conviven con robots. En la adaptación cinematográfica,
protagonizada por Will Smith, hay un diálogo que resume la tensión de esta
convivencia. El detective Spooner, desconfiado del valor de estos humanoides,
pregunta si un robot podría crear una obra de arte, a lo que el robot responde:
"¿Y usted, detective?". Esa pregunta es la que nos hace ruido: ¿Qué
significa ser "humano" en una era donde la tecnología no solo nos acompaña, sino
que parece competir con nosotros en el terreno de la inteligencia?
La inteligencia
artificial puede ser más rápida y precisa que nosotros en muchos aspectos pero
la pregunta no es si una IA puede crear una obra de arte o una sinfonía. La
pregunta es: ¿nosotros, los humanos, estamos dispuestos a dejar de hacerlo?
Al final, la clave
está en el equilibrio. Incorporar la IA en nuestras vidas puede hacernos más
eficientes, pero nunca debe ser a costa de perder lo que nos define como seres
humanos: nuestra curiosidad, nuestra capacidad de soñar, nuestro deseo de
explorar el mundo, la capacidad de la empatía. la solidaridad. Hay algo que solo nosotros
tenemos y es nuestra inteligencia emocional, el alma (no lo
digo en el sentido religioso) sino más bien en esa humanidad que le da forma y
sentido a lo que hacemos. Nosotros, los humanos, somos capaces de imaginar y de amar.
¿La inteligencia
artificial es más inteligente que nosotros? Tal vez. Pero la verdadera pregunta
es: ¿y nosotros, seguiremos siendo lo suficientemente inteligentes como
para no olvidar lo que nos hace humanos?
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Soy Karina Almada, corresponsal cultural, desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.