martes, 22 de abril de 2014

Calcáneo y Caponi



            Aunque Calcáneo era el socio de Caponi, el que decidía los casos que se tomaban en el estudio era mi jefe, el doctor Alfredo Caponi.
        Martín Calcáneo era alto y flaco, siempre llevaba un traje azul oscuro, camisa blanca y sobrias corbatas. Sus grandes anteojos de marco metálico le daban un aspecto nerd, fácilmente se lo podía confundir con Bill Gates. Era imposible descubrir que ese hombrecito largo y desgarbado, de sutiles modales, fuera un apasionado por la música tropical. Cuando el último empleado se iba del estudio, él activaba los parlantes de su ipod y su oficina se convertía en Pasión de Sábado.
          Alfredo Caponi, también era alto pero robusto, de joven había sido rugbier y aun conservaba un buen estado físico. Sus trajes eran un viaje hacia la colorimetría, osado para un buffet de abogados reconocidos, pero a él poco le importaba lo que sus colegas opinaban. Era un admirador de la música clásica, asiduo visitante del Teatro Colón.
            Ambos se tomaban las vacaciones en meses diferentes, yo coincidía con Caponi, porque era mi jefe directo, aunque lo ayudaba con algunos temas secundarios a Calcáneo porque él nunca quiso tener secretaria, pero justamente, aquel verano Calcáneo y Caponi coincidieron en la última semana de enero, porque había un evento náutico al que Martín asistiría. Cuando regresamos al trabajo, el estudio estaba revolucionado, los dos abogados que habían quedado a cargo, tuvieron que enfrentar la  causa de un cliente de Alfredo, de lo mas curiosa y disparatada. Se encontraron con un caso de difícil encuadre, no había jurisprudencia y sería muy complicado convencer a un juez de semejante situación.
            Caponi no daba crédito al relato de sus dos empleados, como él siempre les hacía bromas pensó que esta vez se la estaban jugando a él. Una vez, cuando uno de ellos era aun estudiante de derecho, le hizo llamar a un número de teléfono y pedir por el señor León, luego de insistir en aquel teléfono, la recepcionista enojada con el pobre pasante le dijo que estaba hablando con el zoológico. En otra oportunidad, Caponi le dijo que fuera a comprar sobres redondos para circulares. Yo tampoco me libré de sus bromas, el primer año me hizo organizar la cena de fin de año y me dio un teléfono para reservar mesas en Champú, me la pasé media hora hablando con una persona que no entendía lo que le pedía. Hasta Calcáneo sufría sus andanzas, un año tuvimos que hacernos un estudio de sangre porque un empleado había contraído tuberculosis en sus vacaciones, como Martín le tenía pánico a las agujas, después de que se hiciera los estudios, hizo llamar a un amigo para que le dijera que su estudio había dado positivo y debían seguir haciéndoles pruebas. Éstas son algunas de las bromitas que el doctor Caponi nos hacía a todos en el estudio, por eso esta vez no le creía. Al volver a la mesa de trabajo, Alfredo llamó a su cliente para descubrir si era cierto el caso de la “vaca violada”.
            Las risas se escuchaban desde el otro lado de la oficina y todos se congregaron en su escritorio para escuchar la causa. Era lo contrario lo que sucedía: siempre demandaban a sus clientes, pero esta vez, había que demandar a otro. El cliente era un estanciero de Corral de Bustos, que tenía grandes hectáreas de campo, tambo, criadero de pollo, producción de soja. Pero esto había ocurrido en el pequeño campo de una hectárea de su hijo menor, que estaba comenzando con el negocio familiar obligado por su padre. A todos sus hijos le regaló una hectárea, una vaca, apenas tres gallinas y cinco pollos, así era como él había comenzado a hacer su fortuna y así quería que sus hijos hicieran la suya, al fin de cuentas cuando él no estuviese, todo su imperio quedaría para ellos.
            El caso fue que en el campo del vecino había un toro y se pasó por un sector del alambrado que estaba abierto al de su hijo, violando a la única vaca que había. Éste quería demandarlo porque a partir de ese hecho, la vaca no se dejaba ordeñar, ya no salía a pastar y había perdido peso. Caponi intentaba hacerle entender que era imposible  ganar una demanda tan descabellada. No había antecedentes de animales violados, pero como todo hombre de campo era más terco que una mula, así en el estudio nos pusimos a buscar cualquier pista que nos ayudase a resolver el caso. Descubrimos un caso similar en la gaditana localidad de San Roque, donde demandaban a la municipalidad porque un burro acosó sexualmente a una vaca y ésta murió al caer por un barranco tratando de escapar de su acosador.
            La disponibilidad de los antecedentes para resolver este caso era nula. Nuestro cliente quería llevarlo a juicio y Caponi, de solo pensar que debía exponer su reputación por una vaca violada, le hacía perder el buen humor y la paciencia. No quería seguir adelante con esta ridícula causa, así que llamó al propietario del toro y le explicó la situación, pero aquel por poco se le rió en la cara. No teníamos nada con qué presionarlo, todos sabíamos que si el dueño de la finca vecina no reconocía el hecho, era difícil sacarle una indemnización y menos sin ningún instrumento jurídico. Como ninguno quería ceder su postura, Alfredo usó sus métodos más oscuros. Contrató a una agencia de detectives para que hurgasen en los secretos ocultos del vecino, algo, seguramente, encontrarían. Claramente no podíamos ir a juicio, ¿cómo haríamos la reconstrucción del hecho? ¿A quién sentaríamos en el banquillo del acusado?, ¿al toro?, ¿Cómo tomaríamos juramente a una vaca?, ¿y los testigos?, ¿llamaríamos a declarar a los pollos?
            A las dos semanas de investigación, el detective nos trajo noticias. Había conseguidos fotos, videos, y una factura de un hotel alojamiento donde habían estado juntos el dueño del toro y el hijo del cliente del estudio.
            - Esto no me podía caer en mejor momento, comentó Caponi.
            Citamos a nuestro cliente al estudio a la mañana, y a la tarde al dueño del toro. Ambos quedaron perplejos con la noticia, nuestro cliente más. Ofrecieron una suma de dinero a Caponi para quedarse con el material que los involucraba y dar por finalizada la gestión. El estudio aceptó, lo que ellos no sabían era que Alfredo les había mostrado a ambos las evidencias y había sacado una suma importante de dinero que destinó a renovar los equipos electrónicos del estudio, el mobiliario de la oficina y nos invitó a almorzar en un lujoso restaurante de la zona.