miércoles, 6 de agosto de 2014

El subte infinito



            “Eso era lo que decía Sarah Bletchley mientras acunaba al bebé que tenía en brazos”; el chirrido de los frenos del vagón del subterráneo interrumpió la lectura de Mariela. Las luces se apagaron por completo y el pánico comenzó a apoderarse, primero, de una señora mayor y, luego, del resto de los pasajeros.
            Un joven levantó la vista de su iphone, pero de inmediato volvió a sumergirse en él al comprobar que aún tenía señal de internet. La luz volvía de a ratos, era tenue pero trajo alivio a los claustrofóbicos que aseguraban no sentir el oxígeno ingresando a sus pulmones.
            La formación del subte se detuvo por completo entre dos estaciones, provocando la caída de algunas mochilas y paquetes que estaban sobre el porta equipaje. La preocupación de los pasajeros crecía a medida que pasaban los minutos y no se tenían respuestas a la incertidumbre. El abogado que estaba parado delante de la puerta no dejaba de gritar llamando al motorman y diciendo que demandaría al Gobierno de la Ciudad por el mal servicio que brindaba ese transporte público. A pocos metros de él, un señor canoso, del que, más tarde se supo, que era consultor de una empresa, lo increpó acusándolo de oficialista. Casi terminan a los trompadas si no fuera por una nena, de unos ocho años de edad, que se asustó y comenzó a llorar más fuerte que los gritos de los hombres.
            El susto de algunos pasajeros y la impaciencia de otros generaron dos grupos, los que estaban junto a la puerta intentando abrirla con la ayuda de lapiceras, llaves o cualquier objeto que sirviera como palanca y los que se agolpaban en las ventanillas con la cabeza afuera intentando robar una bocanada de aire. El abogado intentaba abrir la puerta con sus manos, mientras que el consultor, con quien se había peleado antes, insistía en accionar la palanca de apertura manual que se encontraba en una caja metálica con frente de vidrio, cerrada con un gran candado imposible de romper. La luz débil se apagó por completo y se escuchó la voz del motorman por los altoparlantes anunciando que la situación se encontraba controlada y que en minutos se retomaría la marcha.
            La espera se hizo interminable, llevaban dos horas detenidos, y sin poder abrir las puertas. Los dos empleados del subte que viajan en el tren habían descendido y caminaban con sus linternas por las vías, al verlos pasar, los pasajeros preguntaban de forma brusca y, en algunos casos, amenazante qué ocurría, pero estos, respondían con gestos que todo estaba controlado y que se reestablecería el servicio rápidamente. Querían saber qué había ocurrido, pero como no existía respuesta oficial, las versiones paseaban de vagón en vagón. Las hipótesis eran muchas, los de adelante contaban que habían visto cómo la estación hacia donde se dirigían, se había derrumbado. Sin embargo, desde el último vagón aseguraban que unos cables ubicados sobre una de las paredes del túnel habían hecho un fogonazo cortando el suministro eléctrico. Lo cierto era que ni unos ni otros tenían certezas de lo ocurrido.
            Mariela permanecía sentada, ajena al alboroto y, con su tesis de biología que, estaba preparando, sobre su falda, cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás y recordó parte de su trabajo, intentaba memorizar cada detalle para abstraerse de los conflictos que estallaban sorpresivamente: “Las estrellas de mar son equinodermos formados por un disco central del cual parten cinco brazos. Se desplazan arrastrándose sobre rocas, viven enterradas en fondos arenosos, son predadores tope de las cadenas alimenticias marinas y se alimentan principalmente de invertebrados como crustáceos, moluscos y hasta otros equinodermos. Los asteroideos presentan un gran poder de regeneración. Pueden regenerar cualquier parte de los brazos o del disco”. Ella sonrió levemente al recordar lo que había ocurrido en México, por la ineptitud de las autoridades que por no resolver conflictos, generaron un desastre ecológico al intentar exterminar a las estrellas de mar que se estaban comiendo la barrera de corales. En lugar de consultar a biólogos expertos en equinodermos, el gobierno ordenó colocar una red que, al pasarla por donde estaban los asteroideos las cortarían, sin saber que ellas se regeneran, hecho que provocó la multiplicación de la especie.
            Los conflictos en el subte se multiplicaban, como las estrellas de mar de México, el único teléfono celular con señal era el del joven del iphone, que no tenía intenciones de prestarlo para poder comunicarse con el exterior y averiguar qué ocurría y si se estaban tomando medidas. Él había estado conectado con los auriculares escuchando música y no prestaba atención a lo que la gente decía o hacía. El abogado intentó, en vano arrebatárselo. Se comentaba que había ocurrido un atentado en la estación Callao y las teorías conspiratorias cundieron entre los grupos y subgrupos que se habían formado. En el extremo opuesto del vagón comenzó a llorar un bebé, no se sabía bien si era por hambre o por miedo, pero la joven madre no lograba calmarlo. El sonido del llanto era ensordecedor y el consultor sugirió que debían tomarse medidas organizativas para afrontar la situación que parecía no encontrar solución. Ya no se veía a los empleados del subte y las ventanillas no estaban lo suficientemente abiertas como para que pasase una persona. El calor se hacía insoportable, algunos sintieron hambre pero sobre todo sed. Las personas mayores mostraban síntomas de abatimiento y una señora se desvaneció, se buscó en otros vagones un médico y después de unos minutos se acercó un enfermero y un kinesiólogo que asistieron a la señora. El consultor insistía en la necesidad de buscar bebidas, algunos estaban de acuerdo y otros, no tanto.
            En el siguiente vagón se habían puesto de acuerdo para nombrar un encargado para administrar bebidas y algo de alimentos, estaban quienes tenían unos alfajores y unas madres llevaban en la cartera galletitas, que cedieron para que todos pudieran comer algo hasta resolver la situación. El abogado trajo la noticia de que en otros vagones,  estaban organizados y que, creía conveniente hacer lo mismo. Un grupo de jóvenes, vestidos con ropa deportiva demasiado grande y zapatillas de colores vibrantes, se burlaron, ellos escuchaban música de cumbia a todo volumen y con una actitud un tanto prepotente lograron tener asientos libres solo para su comodidad.
            De madrugada y cuando el cansancio fue abrumador, los hombres improvisaron almohadas con sus abrigos y se sentaron en el piso. Las provisiones de agua estaba acabándose, a los niños y a los mayores les otorgaban una tapita cada media hora, los adultos restantes se conformaban con mojarse los labios para mantenerse hidratados.
            También habían organizado horarios de guardia para estar atentos a cualquier novedad o incidente. El consultor y abogado se miraron y ambos comprendían la situación, si no se solucionaba a primera hora de la mañana las provisiones se terminarían y los conflictos serían aun peor. Las mujeres se habían quedado dormidas y los jóvenes del fondo del vagón por fin habían agotado la batería de los celulares y ya no se escuchaba su música.
            La mañana lo tomó por sorpresa cuando se escucharon gritos desde el primer vagón, se despertaron sobresaltados, parecía que traían buenas noticias, y la alegría duró poco pero al menos el portador de la noticia logró engañarlos y llevarse de regalo unas galletitas, que luego provocó la indignación de la mayoría en el vagón. Al portador del iphone lo miraban con recelo, él aún tenía señal y batería, los jóvenes estaban intentando arrebatárselo pero se había formado un cordón entre ellos y el joven, aunque después de un rato y ante la indiferencia del muchacho, comenzaron a dividirse las opiniones y el cordón fue cediendo hasta que quedó totalmente desprotegido y al alcance de las manos del grupo de jóvenes. Éstos, con un rápido movimiento de manos, se lo quitaron en un segundo, los auriculares se desprendieron y quedaron tirados en el piso, la música sonó fuerte y los jóvenes rieron y gritaron por la victoria. El muchacho los miraba con desprecio pero no intentó quejarse, quedaba poca batería y en cuanto no pudieran utilizarlo lo dejarían y él podría recuperar su teléfono, todavía podía escuchar la canción que sonaba: “Soy una fábrica de humo,
mano de obra campesina para tu consumo, frente de frío en el medio del verano, el amor en los tiempo de cólera, mi hermano.” El iphone funcionó más de lo que pensaba su dueño, pero el problema, se trasladó a los jóvenes que se lo habían quitado porque todos deseaban usarlo para hacer llamadas, pero tanto el abogado como el resto de los pasajeros que habían intentado usarlo, se arrepentían de no habérselo quitado al dueño verdadero.
            De pronto el subte se movió bruscamente y las luces se encendieron por completo, un suspiro de alivio inundó el lugar, aunque la esperanza se diluyó al instante porque volvió la oscuridad y la marcha se detuvo también. Los llantos de los niños retumbaban en las ventanillas y se unían a los del resto que provenían de los otros vagones. Las mujeres mayores se sentían devastadas por el cansancio, la falta de agua y la mala postura en la que estaban sentadas. Algunos hombres, dominados por la ira, comenzaron a reunirse en un extremo del vagón y, dispuestos a abrir las puertas de cualquier manera, comenzaron a encaminarse hacia el primer vagón, voltearon la puerta que comunicaba al siguiente coche, que en la noche se había bloqueado por miedo a los saqueos y, continuaron su marcha enfrentándose a los líderes de cada lugar para tratar de convencerlos de que se unieran a ellos hasta llegar al primer vagón y de esa manera abrir la puerta que permitía el acceso a la cabina del conductor donde estaba la única puerta que se abría desde adentro. Tardaron tres horas en llegar al comienzo de la formación, en cada vagón debían enfrentar los gritos y golpes de los pasajeros que resistían el ingreso porque creían que se trataba de un alboroto para robarles la poca comida y bebida que tenían.
Cuando lograron derribar la última puerta, el subte comenzó a moverse, primero, lentamente, aunque la velocidad iba aumentando. Nadie conducía el tren y el desconcierto fue aún mayor cuando pasaron por la estación y el tren continuó la marcha, todo estaba en total oscuridad, pero el tren avanzaba y avanzaba en marcha continua, ingresaba en el andén de una estación pero solo encontraban soledad y silencio y pasaba por delante de ella sin apenas detenerse, ingresaba nuevamente en el túnel que conectaba las estaciones y seguía avanzando; inerte por las vías, avanzaba.