Ese sábado era el día que se celebraba, en el Colegio Nacional Buenos Aires, las Bodas de Oro de ex alumnos. Esa celebración tenía una particular característica: era la primera promoción que incorporó, en 1959, mujeres a la institución.
Fueron llegando al lugar uno a uno y, a medida que lo hacían, trataban de reconocerse en aquellos rostros erosionados por el tiempo.
La celebración comenzaba con las palabras del rector y luego iban llamando al estrado a cada uno de los agasajados para entregarles una medalla recordatoria y para que compartieran su experiencia de vida. Orgullosos de sus trayectorias laborales iban subiendo y hablando.
Alejandro, de sesenta y ocho años, un reconocido abogado criminalista, contó su participación en los casos más recordados de la historia del crimen argentino.
Alfredo, también de sesenta y ocho años, era un médico endocrinólogo dedicado a la investigación.
Roberto, economista, fue senador nacional, ya retirado de la vida política, estaba avocado completamente a su consultora.
Miguel, era corporativo, habló hasta el cansancio de sus posesiones, de los viajes, de su empresa en la que trabajaba.
Antonia, había sido jueza federal.
Carmen llegó a tener el título de Rectora en el Colegio donde habían estudiado.
Y así fue transcurriendo la noche, al costado de una mesa, se encontraba, mirando a sus ex compañeros, María, que siempre fue muy callada, el mejor promedio, de familia tradicional y conservadora, sus padres y profesores habían puesto muchas expectativas en ella. Cuando la llamaron para recibir su medalla y para que compartiera su experiencia de vida, comenzó diciendo:
Bueno, yo puedo contarles, como todos han hecho, un montón de cosas, pero lo primero que voy a decirles es que soy felíz con la vida que he llevado, curiosamente no se lo he escuchado mencionar a ninguno de mis ex compañeros. He hecho lo imposible para que tuviese sentido mi paso por este mundo, que ha sido intensamente gratificante. He llegado hasta acá, con sesenta y ocho años, con la certeza de haber vivido y de haber sido consciente de ello. Tengo un cuerpo que alberga las heridas de las adversidades por las que atravesé y dolorido por la vejez, pero feliz, porque mi cuerpo desgastado me dice que lo he usado. Alguna arruga por acá y otra por allá porque dormí bajo miles de cielos soleados.
Ahora, si ustedes quieren saber a que me he dedicado laboralmente y cuales fueron mis logros, les diré entonces que he dedicado mi vida a una empresa familiar fundada hace cincuenta años con un socio. Mi compañero de travesía fue siempre el capitalista mayoritario, en cambio yo he administrado las finanzas, al principio escasas porque contábamos con pocos recursos, pero con esfuerzo y dedicación logramos incrementar el patrimonio. Aumenté la plantilla interna de la empresa en un ciento cincuenta por ciento, me ocupé de la capacitación del personal que se incorporaba, a lo largo de veinticinco años, organicé el traslado de la sede central dos veces, a lugares más grandes, estuve a cargo de la reingeniería de la empresa cuando debíamos ajustarnos, logrando de esa manera, mejoras en los costos considerablemente.
A medida que María contaba, se iba produciendo un silencio profundo, logró captar la atención de todos los presentes que no se dispersaba, lo que ella decía era muy interesante para los profesionales corporativos que habían dado una charla acerca de sus ricas vidas empobrecidas por la avaricia del poder.
También, continuó hablando María, me he desempeñado en el área de la salud, protegiendo y cuidando a los integrantes de mi empresa, velando por su pronta recuperación. Acompañé todos los procesos creativos de la empresa. Me desempeñé durante muchos años como consultora, asesorando en los cambios importantes de los integrantes, incluyendo dos radicaciones en el exterior, una en Estados Unidos y otra en Italia, tengo dos sedes importantísimas en esas regiones que se están ampliando y estableciendo sus bases.
He aportado todo mi esfuerzo para cooperar con el Producto Bruto Interno y la Balanza Comercial de nuestro maravilloso país. Me capacité en muchas áreas, como en la implementación de las nuevas tecnologías para no quedar fuera del mercado ni de la sociedad. He actuado como mediadora de todos los conflictos internos que tuvimos que sortear, he acompañado el crecimiento de las distintas áreas, sus logros y fundamentalmente los fracasos de los integrantes de mi empresa, aporté mi experiencia de vida para convertirme en coach de todos aquellos que lo requerían. Adapté el patrimonio, los ingresos y egresos a todas las crisis económicas que nos han tocado vivir.
He sido la gran artífice del crecimiento patrimonial de la empresa, junto, claro está a mi socio. Hoy me encuentro aportando, a las generaciones nuevas, todo mi Know How. Y también, he hecho trabajos menores.
La sala permanecía muda e hipnotizada escuchando el relato de María, hasta que alguien rompió el encanto con un aplauso emotivo.
Al bajar del estrado, sus colegas iban felicitándola. Alejandro, el abogado, quedó tan sorprendido como intrigado y al pasar María a su lado, él le preguntó:
-Qué vida tan interesante pero no nos has dicho cuál es esa empresa y cuál es tu profesión.
-Ah, bueno, es que mi profesión es la peor paga del mundo y la más desvalorizada y humillada, es la más desacreditada, odiada y desprestigiada. Es una profesión silenciosa e invisible que nadie respeta.
-Pero, ¿Cuál es esa profesión?
-Ama de casa.