“Eso era lo que decía Sarah
Bletchley mientras acunaba al bebé que tenía en brazos”; el chirrido de los
frenos del vagón del subterráneo interrumpió la lectura de Mariela. Las luces
se apagaron por completo y el pánico comenzó a apoderarse, primero, de una
señora mayor y, luego, del resto de los pasajeros.
Un joven levantó la vista de su iphone, pero de inmediato volvió a
sumergirse en él al comprobar que aún tenía señal de internet. La luz volvía de
a ratos, era tenue pero trajo alivio a los claustrofóbicos que aseguraban no
sentir el oxígeno ingresando a sus pulmones.
La formación del subte se detuvo por
completo entre dos estaciones, provocando la caída de algunas mochilas y
paquetes que estaban sobre el porta equipaje. La preocupación de los pasajeros
crecía a medida que pasaban los minutos y no se tenían respuestas a la
incertidumbre. El abogado que estaba parado delante de la puerta no dejaba de
gritar llamando al motorman y diciendo que demandaría al Gobierno de la Ciudad
por el mal servicio que brindaba ese transporte público. A pocos metros de él,
un señor canoso, del que, más tarde se supo, que era consultor de una empresa,
lo increpó acusándolo de oficialista. Casi terminan a los trompadas si no fuera
por una nena, de unos ocho años de edad, que se asustó y comenzó a llorar más
fuerte que los gritos de los hombres.
El susto de algunos pasajeros y la
impaciencia de otros generaron dos grupos, los que estaban junto a la puerta
intentando abrirla con la ayuda de lapiceras, llaves o cualquier objeto que
sirviera como palanca y los que se agolpaban en las ventanillas con la cabeza afuera
intentando robar una bocanada de aire. El abogado intentaba abrir la puerta con
sus manos, mientras que el consultor, con quien se había peleado antes,
insistía en accionar la palanca de apertura manual que se encontraba en una
caja metálica con frente de vidrio, cerrada con un gran candado imposible de
romper. La luz débil se apagó por completo y se escuchó la voz del motorman por
los altoparlantes anunciando que la situación se encontraba controlada y que en
minutos se retomaría la marcha.
La espera se hizo interminable,
llevaban dos horas detenidos, y sin poder abrir las puertas. Los dos empleados
del subte que viajan en el tren habían descendido y caminaban con sus linternas
por las vías, al verlos pasar, los pasajeros preguntaban de forma brusca y, en
algunos casos, amenazante qué ocurría, pero estos, respondían con gestos que
todo estaba controlado y que se reestablecería el servicio rápidamente. Querían
saber qué había ocurrido, pero como no existía respuesta oficial, las versiones
paseaban de vagón en vagón. Las hipótesis eran muchas, los de adelante contaban
que habían visto cómo la estación hacia donde se dirigían, se había derrumbado.
Sin embargo, desde el último vagón aseguraban que unos cables ubicados sobre
una de las paredes del túnel habían hecho un fogonazo cortando el suministro
eléctrico. Lo cierto era que ni unos ni otros tenían certezas de lo ocurrido.
Mariela permanecía sentada, ajena al
alboroto y, con su tesis de biología que, estaba preparando, sobre su falda,
cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás y recordó parte de su trabajo,
intentaba memorizar cada detalle para abstraerse de los conflictos que
estallaban sorpresivamente: “Las estrellas de mar son equinodermos formados por un disco central del
cual parten cinco brazos. Se desplazan arrastrándose sobre rocas, viven
enterradas en fondos arenosos, son predadores tope de las cadenas alimenticias
marinas y se alimentan principalmente de invertebrados como crustáceos,
moluscos y hasta otros equinodermos. Los asteroideos presentan un gran poder de
regeneración. Pueden regenerar cualquier parte de los brazos o del disco”. Ella
sonrió levemente al recordar lo que había ocurrido en México, por la ineptitud
de las autoridades que por no resolver conflictos, generaron un desastre
ecológico al intentar exterminar a las estrellas de mar que se estaban comiendo
la barrera de corales. En lugar de consultar a biólogos expertos en
equinodermos, el gobierno ordenó colocar una red que, al pasarla por donde
estaban los asteroideos las cortarían, sin saber que ellas se regeneran, hecho
que provocó la multiplicación de la especie.
Los conflictos en el subte se
multiplicaban, como las estrellas de mar de México, el único teléfono celular
con señal era el del joven del iphone, que
no tenía intenciones de prestarlo para poder comunicarse con el exterior y
averiguar qué ocurría y si se estaban tomando medidas. Él había estado
conectado con los auriculares escuchando música y no prestaba atención a lo que
la gente decía o hacía. El abogado intentó, en vano arrebatárselo. Se comentaba
que había ocurrido un atentado en la estación Callao y las teorías
conspiratorias cundieron entre los grupos y subgrupos que se habían formado. En
el extremo opuesto del vagón comenzó a llorar un bebé, no se sabía bien si era
por hambre o por miedo, pero la joven madre no lograba calmarlo. El sonido del
llanto era ensordecedor y el consultor sugirió que debían tomarse medidas
organizativas para afrontar la situación que parecía no encontrar solución. Ya
no se veía a los empleados del subte y las ventanillas no estaban lo
suficientemente abiertas como para que pasase una persona. El calor se hacía
insoportable, algunos sintieron hambre pero sobre todo sed. Las personas
mayores mostraban síntomas de abatimiento y una señora se desvaneció, se buscó
en otros vagones un médico y después de unos minutos se acercó un enfermero y
un kinesiólogo que asistieron a la señora. El consultor insistía en la
necesidad de buscar bebidas, algunos estaban de acuerdo y otros, no tanto.
En el siguiente vagón se habían
puesto de acuerdo para nombrar un encargado para administrar bebidas y algo de
alimentos, estaban quienes tenían unos alfajores y unas madres llevaban en la
cartera galletitas, que cedieron para que todos pudieran comer algo hasta
resolver la situación. El abogado trajo la noticia de que en otros
vagones, estaban organizados y que,
creía conveniente hacer lo mismo. Un grupo de jóvenes, vestidos con ropa
deportiva demasiado grande y zapatillas de colores vibrantes, se burlaron,
ellos escuchaban música de cumbia a todo volumen y con una actitud un tanto
prepotente lograron tener asientos libres solo para su comodidad.
De madrugada y cuando el cansancio
fue abrumador, los hombres improvisaron almohadas con sus abrigos y se sentaron
en el piso. Las provisiones de agua estaba acabándose, a los niños y a los
mayores les otorgaban una tapita cada media hora, los adultos restantes se
conformaban con mojarse los labios para mantenerse hidratados.
También habían organizado horarios de
guardia para estar atentos a cualquier novedad o incidente. El consultor y
abogado se miraron y ambos comprendían la situación, si no se solucionaba a
primera hora de la mañana las provisiones se terminarían y los conflictos
serían aun peor. Las mujeres se habían quedado dormidas y los jóvenes del fondo
del vagón por fin habían agotado la batería de los celulares y ya no se
escuchaba su música.
La mañana lo tomó por sorpresa
cuando se escucharon gritos desde el primer vagón, se despertaron sobresaltados,
parecía que traían buenas noticias, y la alegría duró poco pero al menos el
portador de la noticia logró engañarlos y llevarse de regalo unas galletitas,
que luego provocó la indignación de la mayoría en el vagón. Al portador del iphone lo miraban con recelo, él aún
tenía señal y batería, los jóvenes estaban intentando arrebatárselo pero se
había formado un cordón entre ellos y el joven, aunque después de un rato y
ante la indiferencia del muchacho, comenzaron a dividirse las opiniones y el
cordón fue cediendo hasta que quedó totalmente desprotegido y al alcance de las
manos del grupo de jóvenes. Éstos, con un rápido movimiento de manos, se lo
quitaron en un segundo, los auriculares se desprendieron y quedaron tirados en
el piso, la música sonó fuerte y los jóvenes rieron y gritaron por la victoria.
El muchacho los miraba con desprecio pero no intentó quejarse, quedaba poca
batería y en cuanto no pudieran utilizarlo lo dejarían y él podría recuperar su
teléfono, todavía podía escuchar la canción que sonaba: “Soy una fábrica de
humo,
mano de obra campesina para tu consumo, frente de frío en el medio del verano, el amor en los tiempo de cólera, mi hermano.” El iphone funcionó más de lo que pensaba su dueño, pero el problema, se trasladó a los jóvenes que se lo habían quitado porque todos deseaban usarlo para hacer llamadas, pero tanto el abogado como el resto de los pasajeros que habían intentado usarlo, se arrepentían de no habérselo quitado al dueño verdadero.
mano de obra campesina para tu consumo, frente de frío en el medio del verano, el amor en los tiempo de cólera, mi hermano.” El iphone funcionó más de lo que pensaba su dueño, pero el problema, se trasladó a los jóvenes que se lo habían quitado porque todos deseaban usarlo para hacer llamadas, pero tanto el abogado como el resto de los pasajeros que habían intentado usarlo, se arrepentían de no habérselo quitado al dueño verdadero.
De pronto el subte se movió
bruscamente y las luces se encendieron por completo, un suspiro de alivio
inundó el lugar, aunque la esperanza se diluyó al instante porque volvió la
oscuridad y la marcha se detuvo también. Los llantos de los niños retumbaban en
las ventanillas y se unían a los del resto que provenían de los otros vagones.
Las mujeres mayores se sentían devastadas por el cansancio, la falta de agua y
la mala postura en la que estaban sentadas. Algunos hombres, dominados por la
ira, comenzaron a reunirse en un extremo del vagón y, dispuestos a abrir las
puertas de cualquier manera, comenzaron a encaminarse hacia el primer vagón,
voltearon la puerta que comunicaba al siguiente coche, que en la noche se había
bloqueado por miedo a los saqueos y, continuaron su marcha enfrentándose a los
líderes de cada lugar para tratar de convencerlos de que se unieran a ellos
hasta llegar al primer vagón y de esa manera abrir la puerta que permitía el
acceso a la cabina del conductor donde estaba la única puerta que se abría
desde adentro. Tardaron tres horas en llegar al comienzo de la formación, en
cada vagón debían enfrentar los gritos y golpes de los pasajeros que resistían
el ingreso porque creían que se trataba de un alboroto para robarles la poca
comida y bebida que tenían.
Cuando lograron derribar la última puerta, el subte comenzó
a moverse, primero, lentamente, aunque la velocidad iba aumentando. Nadie
conducía el tren y el desconcierto fue aún mayor cuando pasaron por la estación
y el tren continuó la marcha, todo estaba en total oscuridad, pero el tren
avanzaba y avanzaba en marcha continua, ingresaba en el andén de una estación
pero solo encontraban soledad y silencio y pasaba por delante de ella sin
apenas detenerse, ingresaba nuevamente en el túnel que conectaba las estaciones
y seguía avanzando; inerte por las vías, avanzaba.