Cuando nos lanzamos al camino literario nos hacemos miles y millones de preguntas ¿Podré escribir? o mejor dicho ¿Podré escribir algo interesante? También se nos cruza por la cabeza la peor de todas las dudas ¿Podré escribir algo que guste? Después de mucho años de incertidumbre y de respuestas aún sin contestar, las personas que escribimos nos terminamos dando cuenta de que "Quién es capaz de contestarnos algo certero". No existen las fórmulas mágicas para escribir ni tampoco se aprende el talento. Se aprende a escribir lo mejor que se pueda dar. Es un trabajo que hay que ejercitar todos los días.
Cuando empecé a leer mis primeros libros de cuentos, tenía nueve o diez años. Eran libros que me prestaban en la biblioteca del barrio o en la escuela. Lograba sumergirme en aventuras de niños exploradores e historias mágicas. Luego, con el tiempo, descubrí otras sagas como "Elige tu propia aventura", que para mi gran sorpresa y alegría se siguen editando y los chicos las siguen leyendo.
A medida que crecía los libros despertaron en mí una necesidad de reescribir esas historias. Me gustaba imaginar que esos planetas lejanos se referían a la cuadra de mi casa, que los protagonistas eran mis amigas y compañeros del colegio. Los villanos no eran seres verdes ni con espadas sino algún vecino que no nos dejaba pasar en bicicleta por su vereda.
La lectura me acompañó desde mi niñez, me ayudó a crear mundos y a viajar por lugares extraordinarios aún estando sentada en el umbral de mi casa. Cuando terminé el ciclo secundario tuve dudas para ingresar a la carrera de letras en la UBA. Pero con los años fui descubriendo que la lectura continua y diversa me enseñaron a amar con más intensidad el oficio de escribir. La hermosa pasión de contar historias, de viajar a través de un libro, de entrar en la cabeza de un personaje al que llegamos a sentir una empatía tan fuerte como lo hacemos con una persona real.
Viajar es maravilloso y quisiera estar en permanente movimiento por el mundo, pero con la lectura puedo ir más allá de cualquier frontera.
Mis maestros fueron los libros que leí, los buenos, los excelentes, los extraordinarios y también, lo fueron los malos. Desde los clásicos infantiles que leí una y otra vez, de niña y para mis sobrinos. Crónicas, biografías, ficción, no ficción, policiales, ciencia ficción, romance, juvenil o fantástico son géneros que han alimentado mi escritura y que siguen haciéndolo. Por qué leer tan solo uno si puedo vibrar con distintos géneros.
Mi deuda pendiente es el género lírico, les debo confesar que no soy muy lectora de poesía y la dejaré en mi lista de pendientes para cumplir durante el 2019. Ya les iré contando como avanzo en próximos post de mi querido blog.
Los libros que descubrí el último año me sorprendieron de manera inesperada. Algunos de ellos fueron: Los diarios de John Cheever y las crónicas de Zweig.
También, leí más cuentos que novelas y eso me enseñó a condensar una trama en diez páginas. Los elegidos para recomendarles hoy son: "El último día del verano" de Ian McEwan, con final bomba, como me gustan a mí. Otro que te mantiene en vilo hasta el final es "Un día perfecto para el pez banana" de Salinger.
Y no puedo dejar de nombrar a mi querido Juan José Saer, un cuento que les va a encantar, sobre todo se los recomiendo para empezar con este autor que no es fácil. El cuento que adoro es "Al abrigo", sensacional.
Les agradezco que hayan leído este post y l@s dejo tranquil@s para que recorran este blog. A continuación les comparto los links de mis redes sociales, si es que desean visitarlas.
Hasta la próxima.
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