Cuando uno se anima a hablar en serio sin ponerse solemne.
Estar en el discurso inaugural de
la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires siempre tiene algo especial y de
ceremonia íntima para quienes amamos los libros.
El pasado jueves 24 de abril, en
La Rural, el escritor Juan Sasturain fue el encargado de abrir oficialmente la
49° edición de la feria, con palabras que mezclaron emoción, humor y reflexión.
La inauguración, organizada por
la Fundación El Libro, no fue solo el punto de partida de un nuevo encuentro
cultural: fue también un recordatorio de lo que significa, en tiempos veloces
de algorítmos, seguir creyendo en el poder de la lectura.
Su dedicatoria al querido autor
de Inodoro Pereyra marcó la cancha: esta sería una celebración del
humor, la humildad y el amor por los libros. No una muestra de solemnidad
vacía.
Juan citó una enormidad de autores talentosos, como nuestro genial y no tan reconocido como se merece Macedonio Fernández. También mencionó a Discepolo, María Elena Walsh, Alejandro Dolina y su Ángel gris. Comenzó con cuatro salvedades que aclaró, no salvan a nadie pero sí explican:
Primera salvedad: sobre su
presencia. Agradeció a la Fundación El Libro por la designación, recordando con
humor que le dieron ocho meses para preparar su discurso —un embarazo casi
completo— y bromeó sobre su traje, el mismo que ya lo acompaña en todos los
actos oficiales.
Segunda salvedad: sobre el "sujeto hablante". Reflexionó
acerca de esa costumbre tan nuestra de hablar en tercera persona usando “uno”
en lugar de “yo”. Un recurso que permite compartir la experiencia individual
como algo que también le puede pasar a cualquiera.
Tercera salvedad: sobre el "sujeto oyente". Habló de quienes
escuchan, recordando que la comunicación no se trata sólo de emitir un mensaje,
sino también de construir un lazo con el que recibe esas palabras.
Cuarta salvedad: sobre el tono. Defendió la posibilidad de hablar de
cosas serias sin caer en la solemnidad. Reivindicó el humor, la ironía y la
necesidad de no perder el rigor ni la frescura, a pesar de los tiempos que
corren.
Con esas aclaraciones hechas,
Sasturain organizó su discurso en tres movimientos: un elogio, una reflexión
y una propuesta.
El elogio
Celebró el Día Internacional del Libro, que cada 23 de abril recuerda la
muerte, en distintos años según calendario de la época, de tres grandes
autores: Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la
Vega. Sasturain subrayó la importancia de los libros vivos: los que se abren,
se manosean, se prestan, se subrayan. No los objetos intocables, sino los
libros como compañeros de vida.
La reflexión
Habló sobre la vigencia de la literatura clásica y cómo esas obras, lejos de ser reliquias, siguen interpelándonos. Puso en valor el acto de crear ficciones, de imaginar otros mundos y de cómo esas ficciones siguen siendo necesarias para entender el nuestro.
La propuesta
Aunque no se trató de una propuesta en términos de consignas o llamados a la
acción, sí dejó flotando una invitación profunda: seguir leyendo, seguir
pensando, seguir abriendo libros como quien abre puertas.
El discurso de Sasturain fue una
caminata compartida entre recuerdos, lecturas y emociones. Un homenaje a la
literatura como refugio y como posibilidad de seguir preguntándonos.
Para Juan no existe la lectura,
existen las personas que leen y cuanto más lean más personas serán. Los
escritores no escriben libros, escriben ficciones, ensayos, poemas. En cambio,
las editoriales son las que publican libros.
En tiempos donde tantas veces se
busca simplificar o reducir todo a consignas, escuchar a alguien que habla de
libros con amor, respeto y sentido del humor, fue, sencillamente, un regalo.
¡Salud!
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Soy Karina Almada, tu corresponsal cultural desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.
Hasta la próxima.
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