domingo, 27 de abril de 2025

Feria Internacional del Libro de Buenos Aires - Largada

Cuando uno se anima a hablar en serio sin ponerse solemne.

Estar en el discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires siempre tiene algo especial y de ceremonia íntima para quienes amamos los libros.

El pasado jueves 24 de abril, en La Rural, el escritor Juan Sasturain fue el encargado de abrir oficialmente la 49° edición de la feria, con palabras que mezclaron emoción, humor y reflexión.

La inauguración, organizada por la Fundación El Libro, no fue solo el punto de partida de un nuevo encuentro cultural: fue también un recordatorio de lo que significa, en tiempos veloces de algorítmos, seguir creyendo en el poder de la lectura.

Con su tono cálido y honesto, Sasturain se plantó frente al micrófono como quien se para frente a una ronda de amigos: sin trajes de gala ni palabras grandilocuentes. Desde el principio, dejó en claro que no venía a ocupar ese lugar de orador desde la comodidad o la costumbre, sino con la sensación genuina de que estaba ocupando un sitio que no le pertenecía del todo. Como si, en el circo de la vida, esperáramos ver al hombre bala y nos sorprendieran con una perdigonada de enanos saliendo del cañón, como en aquel viejo chiste de Fontanarrosa que él mismo recordó.

Su dedicatoria al querido autor de Inodoro Pereyra marcó la cancha: esta sería una celebración del humor, la humildad y el amor por los libros. No una muestra de solemnidad vacía.


Juan citó una enormidad de autores talentosos, como nuestro genial y no tan reconocido como se merece Macedonio Fernández. También mencionó a Discepolo, María Elena Walsh, Alejandro Dolina y su Ángel gris. Comenzó con cuatro salvedades que aclaró, no salvan a nadie pero sí explican:

Primera salvedad: sobre su presencia. Agradeció a la Fundación El Libro por la designación, recordando con humor que le dieron ocho meses para preparar su discurso —un embarazo casi completo— y bromeó sobre su traje, el mismo que ya lo acompaña en todos los actos oficiales.
Segunda salvedad: sobre el "sujeto hablante". Reflexionó acerca de esa costumbre tan nuestra de hablar en tercera persona usando “uno” en lugar de “yo”. Un recurso que permite compartir la experiencia individual como algo que también le puede pasar a cualquiera.
Tercera salvedad: sobre el "sujeto oyente". Habló de quienes escuchan, recordando que la comunicación no se trata sólo de emitir un mensaje, sino también de construir un lazo con el que recibe esas palabras.
Cuarta salvedad: sobre el tono. Defendió la posibilidad de hablar de cosas serias sin caer en la solemnidad. Reivindicó el humor, la ironía y la necesidad de no perder el rigor ni la frescura, a pesar de los tiempos que corren.



Con esas aclaraciones hechas, Sasturain organizó su discurso en tres movimientos: un elogio, una reflexión y una propuesta.

El elogio
Celebró el Día Internacional del Libro, que cada 23 de abril recuerda la muerte, en distintos años según calendario de la época, de tres grandes autores: Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Sasturain subrayó la importancia de los libros vivos: los que se abren, se manosean, se prestan, se subrayan. No los objetos intocables, sino los libros como compañeros de vida.

La reflexión

Habló sobre la vigencia de la literatura clásica y cómo esas obras, lejos de ser reliquias, siguen interpelándonos. Puso en valor el acto de crear ficciones, de imaginar otros mundos y de cómo esas ficciones siguen siendo necesarias para entender el nuestro.

La propuesta
Aunque no se trató de una propuesta en términos de consignas o llamados a la acción, sí dejó flotando una invitación profunda: seguir leyendo, seguir pensando, seguir abriendo libros como quien abre puertas.

El discurso de Sasturain fue una caminata compartida entre recuerdos, lecturas y emociones. Un homenaje a la literatura como refugio y como posibilidad de seguir preguntándonos.

Para Juan no existe la lectura, existen las personas que leen y cuanto más lean más personas serán. Los escritores no escriben libros, escriben ficciones, ensayos, poemas. En cambio, las editoriales son las que publican libros.

En tiempos donde tantas veces se busca simplificar o reducir todo a consignas, escuchar a alguien que habla de libros con amor, respeto y sentido del humor, fue, sencillamente, un regalo.

¡Salud!


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Soy Karina Almada, tu corresponsal cultural desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.

Hasta la próxima.



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