jueves, 9 de octubre de 2025

László Krasznahorkai: el Nobel que no esperaba

 

Por Karina Almada

No lo tenía en mi radar.

Eso fue lo primero que pensé cuando vi su nombre esta mañana: László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025. Húngaro, nacido en Gyula en 1954. Un nombre largo, difícil de pronunciar para mi origen hispanohablante, y también de recordar, por lo menos hasta hoy.

De pronto su nombre empezó a repetirse en titulares, comunicados y redes sociales como si hubiera estado ahí desde siempre, esperando que lo descubriéramos.

Me pasó lo que le pasa a muchos lectores cuando aparece un Nobel ajeno al circuito de lo previsible: el desconcierto de quien siente que le movieron el mapa. Enseguida fui a buscarlo. Quise saber quién era, qué había escrito, por qué de repente el mundo hablaba de él. Y, en ese gesto, entre la curiosidad y la fascinación, empezó mi pequeño viaje hacia su universo literario.

Lo primero que encontré fue una foto en blanco y negro: mirada serena, gesto austero, la presencia de alguien que parece haber visto demasiado.



PH: Hartwig Klappert

Krasznahorkai estudió en Budapest y recorrió durante años su país, trabajó en diversos oficios antes de entregarse por completo a la escritura. En ese andar, fue construyendo una obra densa, filosófica, de frases interminables y paisajes que se desmoronan. La crítica lo llama “el escritor del apocalipsis lento”. No es una etiqueta caprichosa: sus libros están habitados por personajes que resisten, que se deshacen, que se hunden en la melancolía como si fuera un destino nacional.

La editorial Acantilado tuvo un olfato infalible para descubrir lo extraordinario. Publicó buena parte de su obra en Español: "Melancolía de la resistencia" (2001) fue su carta de presentación en el mundo hispano. Después vinieron "Guerra y guerra", "Seiobo descendió a la Tierra", "Tango satánico", "Relaciones misericordiosas". Su obra más reciente es "El barón Wenckheim vuelve a casa".

En este útlimo título, el protagonista regresa a su Hungría natal después de una larga vida de exilio en Argentina, donde —según cuenta el propio narrador— “despilfarró su fortuna en los casinos de Buenos Aires”. Una frase que de inmediato nos toca de cerca, casi como si el eco de nuestras ruinas también resonara en las suyas.

Tres de sus títulos pueden encontrarse hoy en librerías argentinas: "Tango satánico" fue llevado al cine en los noventa por su compatriota Béla Tarr.


"Relaciones misericordiosas"
, ese pequeño libro de relatos que parece contener el peso de una existencia entera. 



También podemos encontrar "El barón Wenckheim vuelve a casa", publicado en 2024.


Leer sobre Krasznahorkai fue descubrir una literatura que no se deja domesticar: frases que avanzan como ríos crecidos, atmósferas donde el tiempo se detiene y una mirada que observa la decadencia del mundo con una calma brutal. En sus novelas no hay moralejas ni certezas: solo la persistencia de la belleza en medio del caos.

El reciente galardonado Premio Nobel, esa consagración que a veces ilumina y otras confunde, le llega a un autor que parece haber escrito siempre desde el margen, lejos del centro. En una época de velocidad y consumo inmediato, su prosa demanda quietud y paciencia, dos virtudes en vías de extinción. Tal vez por eso su nombre, al principio desconocido, al menos para mí, termina resultando tan necesario.

Hoy, mientras el mundo intenta pronunciar su apellido sin trabarse, pienso que hay algo profundamente hermoso en no conocerlo de antemano. Porque el descubrimiento, cuando es genuino, nos devuelve a ese lugar de lectores primerizos, donde cada libro puede ser el inicio de algo.

Krasznahorkai acaba de ganar el Nobel, sí, es cierto, pero para muchos, incluida yo, acaba de nacer.


Muchas gracias por leerme. Mi nombre es Karina Almada, soy tu corresponsal literaria desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.

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Hasta la próxima.

Kary.




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