¿Alguna vez creiste en la felicidad instagrameable? esa foto perfecta de una cena elegante, la playa de arena blanca con los pies apenas hundidos en la orilla, la sonrisa impecable en una selfie o un atardecer que enmarca dos copas de Champagne.
¿Alguna vez pensaste que la felicidad solo se encuentra en los grandes momentos? En esos viajes soñados, en la casa más grande, en el ascenso esperado.
En mi opinión, la alegría y el éxito no se miden en likes. La vida real transcurre en lo que no se ve, en lo que no se captura a través de una lente fotográfica sino en la retina. Para mí está en lo que no se publica ¿cuántas veces te sentaste a tomar mate con una amiga y se pasaron las horas filosofando? O quizá compartiste un café en una mañana cualquiera con alguien que necesitaba ser escuchada. Esa risa destartalada que se escapa sin aviso en medio de una conversación. A lo mejor un día descubriste la forma en que la luz de la tarde se filtra por tu ventana y tiñe todo de dorado. A veces, es como si el mundo entero se tomara un respiro.
¿Alguna vez te quedaste esperando lo extraordinario?
Como si la felicidad estuviera detrás de un cristal, ahí, algo que ves pero aún
no llegó. Hasta que un día, sin aviso, esa percepción cambia.
No sabés bien cuándo ni cómo. Tal vez una tarde, cuando el día bajaba lento y en el aire flotaba ese olorcito a tierra
mojada. O quizás en una noche en la que te quedaste en silencio mirando
estrellas, adivinando cuál de todas ellas era la Cruz del Sur, quizá escuchaste el sonido del viento en las hojas,
y de pronto entendiste todo.
La vida no es un cúmulo de momentos perfectos. La
vida es ese espacio intermedio donde habita lo cotidiano, donde apreciamos el
presente porque ahí está la verdadera semilla de la felicidad.
Nos enseñan a buscar lo grandioso, pero la
felicidad es más parecida a la brisa que entra en el amanecer: sutil, casi imperceptible.
La felicidad es algo que si no le prestás atención pasa delante sin que te
dieras cuenta. Está en los detalles. En las largas sobremesas, en el sonido de
la pava silbando en la cocina. En ese plato caliente que te esperaba a la noche
cuando volvías de la facultad. En el primer mate que te ofrecieron los adultos
para compartir con ellos. En una canción.
Esperamos tanto lo extraordinario que a veces se
nos olvida que lo esencial ya está pasando.
La felicidad no es una meta a la
que se llega, sino una forma de estar en el mundo.
No sé vos, pero yo quiero quedarme más tiempo en
esos instantes. A detenerme, aunque sea un segundo más, en todo lo que ahora
parece pequeño y un día voy a extrañar.
Porque al final, la felicidad no es otra cosa que
eso: una suma de momentos diminutos, que solo se revelan en su verdadera
magnitud cuando ya quedaron atrás.
Si llegaste hasta acá, muchas gracias por leerme. Te invito a visitar mi Instagram o también a ingresar a mi Web donde encontrarás mi actividad completa.
Soy Karina Almada, tu corresponsal cultural desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.
Hasta la próxima.