7 de junio. Día del periodista. No hace falta explicar mucho
más. Quienes llevamos la palabra en la garganta o en los dedos sabemos que esta
fecha no es solo una efeméride. Es una forma de estar en el mundo.
La historia se remonta a 1810, cuando Mariano Moreno fundó La Gazeta de Buenos Ayres, aquel primer periódico de las Provincias Unidas del Río de la Plata. No se trataba de contar chismes ni redactar partes de guerra. Se trataba de informar. De explicar. De construir ciudadanía en tiempos de revolución. De escribir lo que ocurría para que no pasara desapercibido.
¿Qué es ser periodista? Es, todavía, tener hambre de la verdad. Y ojo: no de la verdad con mayúscula, esa que nadie tiene. Sino de la que se alcanza a fuerza de preguntas, de dudas, de caminar calles, de tomar mate con un vecino que quiere hablar. De buscar. De volver a preguntar. De leer. De encontrar luz donde parece que no hay más que oscuridad.
Porque eso hacemos. Contamos con palabras, pero también con imágenes. Con
voz o con silencio. Narramos para ordenar el caos. Para intentar entender. Para
acercarnos a otros. Para construir un puente en medio de este mundo que grita.
Fontanarrosa decía que la vocación periodística se parece
mucho a una "manía". Es cierto. ¿Qué otra cosa puede explicar que
alguien se despierte cada día con la necesidad –más que el deseo– de contar
algo que pasó? A veces lo urgente, otras lo importante. A veces lo que duele,
otras lo que inspira.
Ser periodista también es escuchar lo que nadie más
quiere oír. Como hacía María Esther Gilio, con su grabadorcito y una capacidad
infinita para estar presente, para callar en el momento justo, para hacer la
pregunta que desarma.
También es escribir sobre un partido de fútbol y contar, en realidad, la historia de un pibe del interior que la peleó desde abajo. Es hablar de una obra de teatro como quien narra el alma de una ciudad. Es recorrer una muestra de arte, una biblioteca de barrio, una tragedia evitable o una pequeña alegría compartida.
Ser periodista es creer en el poder de la palabra. Aunque no alcance. Aunque llegue
tarde. Aunque incomode. Aunque se cuestione. Porque como decía Ryszard
Kapuściński: “El buen periodismo es ir donde nadie quiere ir, contar lo que
nadie quiere contar, y dar voz a los que no la tienen”.
Y es, sobre todo, trabajar con respeto. El respeto por la
noticia, por la fuente por quien escucha o lee. Por uno mismo. Porque sin eso,
lo que se hace no es periodismo: es ruido.
Hoy, más que nunca, cuando la desinformación circula a la
velocidad de un click, cuando los seguidores parecen más importante que la duda, cuando
todo se mide en likes y en viralización, ser periodista es estar contracorriente.
Es preguntarse. Dudar. No dar nada por sentado. No repetir sin chequear. No callar lo que debe ser dicho.
Una gran maestra de la crónica periodística, Leila Guerriero, dice que el periodismo es "cavar
en el barro hasta encontrar el hueso. Aunque el hueso duela".
Para quienes ejercen el periodismo con valores y responsabilidad, para quienes todavía creen en este oficio. Para quienes agradecen
una crónica bien escrita, una entrevista con alma, una noticia clara. Para todos ellos, gracias por seguir leyendo.
A quienes nos dedicamos a esto –con sueldo o sin él, en
medios grandes o blogs personales, con celular o con cuaderno–, gracias.
Por no rendirse. Por seguir buscando. Por alumbrar.
Porque si en un mundo lleno de ruido todavía hay lugar para
una buena historia, entonces vale la pena seguir escribiéndola.
Gracias por leerme. Te invito a visitar mi Instagram para conocer las novedades culturales y literarias. También podés ingresar a mi web y ver la actividad completa.
Hasta la próxima.
Soy Karina Almada, tu corresponsal cultural desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.