Cyrano de Bergerac es sin lugar a dudas un clásico de los que alguna vez se oyó hablar. La imagen de ese personaje enamorado en silencio, de nariz prominente, persiste en el imaginario colectivo como uno de los grandes íconos del romanticismo, aunque no se haya leído la obra de Edmond Rostand o visto las adaptaciones teatrales o cinematográficas.
La nueva versión teatral, que se presenta en el Presidente Alvear (Av. Corrientes 1659, CABA), está dirigida por Willy
Landin y protagonizada por Gabriel “el Puma” Goity quien se pone en la piel del célebre
espadachín. La obra se instala con fuerza en la cartelera porteña como una apuesta
sensible, vibrante y con momentos de auténtica emoción.
Goity, que conoció a Cyrano en una de
las versiones más recordadas del San Martín allá por 1977, confiesa que fue ese
espectáculo el que lo impulsó a convertirse en actor. Hoy, casi cinco décadas
después, cumple el sueño de interpretarlo él mismo. Y lo hace con una entrega
conmovedora.
El alma detrás de la máscara
Cyrano es poeta, filósofo, soldado y
un orador brillante, pero también un hombre atrapado por una profunda
inseguridad. Siente que su nariz —enorme y grotesca según él mismo— le impide
ser amado. Está perdidamente enamorado de su prima Roxane, pero en lugar de
confesarle su amor, decide ayudar al apuesto pero torpe Cristian a conquistarla
con sus propias palabras.
El juego teatral se vuelve más
complejo: quien enamora no es el que se muestra, sino el que escribe desde las
sombras. Cyrano le presta su alma al cuerpo de otro.
La escena del balcón, donde Cyrano le susurra a Cristian los versos que enamorarán a Roxane, es uno de los momentos más intensos de la obra. Un fragmento resume toda la poesía del texto:
“¿Qué es un beso, al fin y al cabo,sino un juramento hecho poco más cerca,una confesión que necesita confirmarse, la culminación del amor, un secreto que toma la boca por oído,
un instante infinitoque provoca un zumbido de abeja,una comunión con gusto a flor,una forma de respirar por un momentoel corazón del otro y de gustar,por medio de los labios,el alma del amado?”(Cyrano de Bergerac. Acto tercero. Escena X)
El texto de Rostand, estrenado en París en 1897, combina humor, duelo, filosofía y
tragedia en dosis parejas. Es un ejemplo del teatro de ideas, pero también una obra de
altísima sensibilidad emocional. Y en esta puesta, esos matices están bien cuidados.
Goity, un Cyrano maduro y entrañable
La actuación de Goity conmueve. Lejos
de sobreactuar o caricaturizar, construye un Cyrano humano, melancólico,
irónico y digno. Un hombre que se resiste a venderse a los poderes de turno,
que desprecia la mediocridad y el oportunismo:
Es imposible evitar asociarlo con
tantos otros personajes quijotescos que luchan contra las injusticias aunque
sepan de antemano que perderán.
Su tragedia no es no haber sido
amado, sino no haberse sentido digno de serlo. Cyrano representa al héroe que
se sacrifica por ideales más grandes que su propio bienestar. El que calla lo
que siente por no empañar con su “fealdad” el amor de la mujer que ama. El que
escribe desde el anonimato para que otro conquiste. Y que solo al final, cuando
ya es tarde, se atreve a decir la verdad.
Una puesta para dejarse emocionar
Esta versión de Cyrano se
apoya en un gran trabajo actoral, una dirección clara, un texto potente y un
elenco que acompaña con solidez.
La música, la iluminación y el
vestuario trabajan a favor de esa atmósfera romántica, a veces un poco
idealizada, pero que encuentra en su sencillez una gran fuerza poética.
Puede que hoy el personaje nos
resulte algo lejano, hijo de otro siglo, con códigos de honor y romanticismo
que parecen haber quedado en el pasado. Pero es precisamente eso lo que lo
vuelve entrañable: Cyrano nos recuerda que hubo un tiempo en que la
palabra valía más que la imagen, en que el amor podía ser un acto de coraje y,
que incluso en la derrota, había una forma de victoria.
Autor: Edmond Rostand
Traducción, adaptación y dirección: Willy Landin
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Soy Karina Almada, tu corresponsal cultural desde El Mojinete del Rancho para todo el mundo.
Hasta la próxima.
Kary.